España (borrador)

Cuando finalizaba el curso de 3º de BUP, Rafael Simancas, precursor del uso de Internet en el Monte Naranco, me propuso escribir un textito sobre “España” para publicar en la que sería la web del Instituto. No sé si llegó a publicarse pero elaboré inicialmente este texto, que posteriormente sustituí por otro. En él se plasma la influencia intelectual de El País y sus columnistas; influencia deletérea en algunos casos, algo más positiva en otros, pero que en aquel momento me hacía tener una visión prestada, postiza, que al leerla hoy me hace sonrojar por lo ingenuo de su reflexión crítica, por el antiterrorismo naïf, por la repetición de algunos tópicos. Pero también lo leo con indulgencia: con algunas de las reflexiones me sigo sintiendo cómodo, y otras las veo como un preludio “ético” a la militancia política.

La juventud ha perdido el Norte, gustan de decir los adultos de orden. Nos han entregado un país en el que todo está hecho o los problemas son tan profundos que no podemos resolverlos. Nos hemos asomado a España y al mundo para ver una clase política cínica y corrupta, la crisis de la humanidad y la destrucción de la naturaleza. No hace falta luchar por la democracia porque ya la hay, se acabaron las ilusiones de los años sesenta y setenta de cambiar el mundo, y la política y los partidos han caído en descrédito (no es para menos). ¿Qué nos queda entonces? En la mayor parte de los casos, nuestra reacción es de pasotismo, de indiferencia. Algunos colaboran con organizaciones no gubernamentales (gozan de gran prestigio entre los jóvenes) de ayuda al inmigrante, al marginado: su trabajo es admirable. La juventud más castigada por la crisis y el paro reacciona con violencia: vienen a engrosar las filas de grupos neonazis, que han sembrado el terror en las grandes ciudades o, en el caso del País Vasco, los grupos de apoyo callejero a ETA; aunque en teoría de signos opuestos, en los dos ambientes hay grandes semejanzas: el culto a la irracionalidad, a la destrucción y a la violencia, la cobardía de actuar en grupo frente a los que no pueden defenderse. En violencia no se queda el Estado corto: el franquismo dejó la herencia de torturadores y asesinos en la policía y la guardia civil. Han pasado por la cárcel cargos importantes del ministerio del Interior. Buena parte del pueblo, harto de la violencia etarra, apoya la oficial, y así se forma un círculo vicioso.

Ser joven en España, en Asturias, significa no tener perspectivas de futuro: una región desindustrializada, desmantelada, en ruinas, que la “convergencia con Europa” ha rematado definitivamente, en la que las minas se cierran y cuyos pueblos se llenan de jubilados anticipados, en el mejor de los casos.

El país sigue sumido en el tercermundismo en muchos aspectos. Los toros, los encierros en multitud de pueblos, los incendios forestales provocados, la desertización, las latas de comida tiradas en el campo, los basureros piratas, las revistas del corazón, la telebasura. Cualquier intento de cambio se enfrentaría con la feroz oposición del pueblo, el mismo pueblo que apalea inmigrantes o que organiza patrullas nocturnas para acabar con los drogadictos; el pueblo que aúpa a un hombre como Jesús Gil a una alcaldía. La presión de la Iglesia sigue siendo grande. Lo suficiente para criticar campañas de utilización del preservativo para luchar contra el SIDA (España ocupa uno de los primeros lugares europeos en casos de la enfermedad) y proponer la castidad como solución; para que las mujeres de clase alta salgan a la calle para protestar contra el aborto (son las que menos lo necesitan: siempre podrán mantener un hijo más), hablando de asesinato, de crimen contra la vida: no lo es que los hijos no deseados ingresen en las filas de la desesperación y la pobreza, que sean víctimas de todo tipo de abusos durante la niñez, de marginación en el colegio, de dificultades infinitas para encontrar un puesto de trabajo.
La educación obligatoria hasta los dieciséis años, y el acceso de la mayor parte de los jóvenes a los institutos y universidades (se habla de masificación, de reducción del nivel: se preferiría una educación superior reservada para unos pocos) hace que juventud y educación estén estrechamente relacionadas. Una educación que, lentamente y con grandes dificultades, comienza a enseñar cosas prácticas y a formar la ética, los valores, el carácter de los alumnos. Los niveles de fracaso escolar son enormes, y se nos sigue presionando para hacer una carrera en vez de dedicarse a un oficio. Y mientras hay una masa inmensa de licenciados en paro, fontaneros, electricistas, soldadores, no dan abasto. Se sigue despreciando el trabajo manual.

España es hoy una red de nacionalismos y antinacionalismos, de odios y envidias regionales. Cada comunidad procura conseguir del Estado el mayor número posible de competencias, la mayor cantidad de dinero. Cataluña y Euskadi son los que más tajada sacan, y esto va provocando un odio cada vez mayor la población contra esas dos regiones. En el caso del País Vasco el odio se alimenta de la violencia etarra y en el de Cataluña, del problema de la lengua.

Son demasiados problemas, que se unen a los propios de la juventud. Vivimos toda la semana esperando una tarde del sábado que dura desde las cinco a las tres de la madrugada en el mejor de los casos, cuando no hasta las nueve de la mañana del domingo. Se luce entonces todo lo que se tiene, y se bebe para alcanzar una alegría que por sí sola no llega. Se toma droga, ya sintética, no para vivir nuevas experiencias sino para poder divertirse durante más tiempo. Y se viven horas frenéticas para poder enfrentarse con éxito a la tarde del domingo, el momento más angustioso de la semana.
Las cosas debían ser más fáciles hace veinte, treinta años, cuando aún quedaba todo por hacer, cuando había que cambiar el mundo y la vida. Ahora que todo se ha hecho, ahora que se ha llegado a la meta de la política y la tolerancia de los adultos es lo suficientemente grande como para permitir todos los desmanes imaginables, ¿qué podemos cambiar nosotros? El mundo que nos han entregado estaba ya hecho: ellos lo construyeron, lucharon por una democracia para que sus hijos pudieran expresar libremente sus ideas y no tuvieran que esconderse por pensar de otra forma. Pero la democracia por la que lucharon ha asumido la integración en la OTAN, la economía liberal, la flexibilización del mercado del trabajo, la explotación al Tercer Mundo.

Sí que hay cosas que hacer; el problema es que ya no se tiene la razón de la ilegalidad de los que gobiernan …

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