España

Este otro texto sobre “España”, el que definitivamente entregué, presenta un estilo con el que entonces me sentí más a gusto, un estilo literario más libre tomado seguramente del que entonces era mi autor de cabecera, Antonio Muñoz Molina. Este creo que refleja más bien mis tormentos adolescentes, la falta de encaje en el grupo y el adobo de todo ello con las lecturas del existencialismo. Pero sobre todo el tormento de un joven que quiere cambiar el mundo y no sabe cómo ni dónde, y busca por tanto el referente de una historia que no ha vivido, de una ruralidad inexistente, imposible y naïf.

Pues usted comprenderá que hablar de España en cien líneas no es cosa fácil, y además yo no puedo ofrecer datos porque no los tengo y mis opiniones son las de cualquiera. No puedo emitir una opinión lo suficientemente convincente sobre la situación del país porque las ideas están confusas en la política y en todo, aunque no tan confusas para que de vez en cuando, cuando a los que ganaron las elecciones les sale la vena más negra y empiezan a hablar contra la enseñanza pública o la coeducación, uno no despierte de pronto del eterno letargo y vea las cosas diáfanas, quién está de un lado y quién de otro. Entonces es bueno dejarse llevar, porque a veces a la derecha se le nota el pasado, se les nota en los nervios que les entran cuando hablan del aborto, de la Iglesia, de Cuba. Y es que tal como está el panorama político, corrupción por todos los lados y una hipocresía que da vergüenza ajena, con lo que se dice, ¿que otra alternativa quedan que el pasotismo y la apatía? Porque no hay dónde meterse, no hay partido que se salve y todos están un poco a lo que salga, siempre dando una de cal y otra de arena, sin mojarse, sin estar nunca ni en contra ni a favor y unas veces defendiendo a unos y otras a otros. Todo ha caído en descrédito, y no es para menos, y si la política no interesa a la mayor parte de la gente, imagínese para la juventud, nosotros que no hemos vivido el trauma de una dictadura, que no hemos corrido delante de la policía ni luchado por cambiar el mundo; no hemos tenido ni tenemos papel en la historia ni en la vida porque todo se ha probado ya y los que nos acusan de indiferencia son los mismos que aseguran que se ha llegado a la meta y no hace falta cambiar más; y sí que quedan cosas, tantas, queda gente dispuesta a luchar contra la mili o a hacer una huelga de hambre; pero la mayoría aspiramos sólo a ir tirando, a vivir de nuestros padres, que siempre tendrán un sueldo o una pensión, mientras estudiamos, después al subsidio del paro si se puede, y cuando se acabe ya se verá, porque el caso es que ya no tenemos la premura de estudiar rápido para salir de la miseria aunque esto no quiere decir que no haya, que sí la hay y no tiene más que asomarse a la ventana para ver barrios de chabolas hechas de cualquier cosa, que trabajen dicen cuando se pide para ellos una vivienda digna a la que todo humano tiene derecho; se va haciendo lo que se va pudiendo, y todas las penas de la semana se olvidan el sábado al lado del mundo entero que está contigo divirtiéndose, he aquí nuestra vida. Todo debía ser más fácil hace veinte, treinta años, por mucho que los jóvenes de entonces hubieran pasado hambre de niños y sus padres y sus maestros les hubieran puesto la mano encima; tenían la gran ventaja de tener las cosas claras y luchar juntos contra la dictadura y sus gentes, en la política y también en la pana y en la melena y en la barba. Entonces estaban Raimon y al vent y los conciertos eran como una comuna, como un útero materno, tenía que ser maravilloso el calor que daban tantos mecheros al aire, tantos aplausos contra todo lo que el gobierno representaba, tanta ilusión contenida. La música era melódica y el ruido no existía, y ellos leían mucho y estudiaban francés. Iban al río y comían fruta, no donuts y bollicaos como ahora, corrían descalzos y por aquel entonces no debía existir la fiebre del sábado noche ni las discotecas, ni siquiera los bares, el alcohol no se había inventado y el tabaco era sano porque también se utilizaba como forma de protesta. Qué pena que todo eso se haya acabado para siempre, que nosotros no podamos disfrutar de tanta belleza humana y espiritual, porque nosotros ya no somos bellos de espíritu, la juventud es ahora precoz en todo, los niños de doce años vuelven a casa a las tres de la mañana, tan precoces que a los veinte años ya han hecho todo en la vida. Van a las discotecas y allí se pasan la tarde y la noche y la mañana del día siguiente, y cuando ya son mayorcitos se drogan para poder divertirse más tiempo, cuando los jóvenes de aquella época se drogaban para vivir nuevas experiencias, o para escribir, fumaban porros para que les entrase la inspiración. ¿Usted se imagina un escritor de ahora tomando éxtasis delante de sus cuartillas de versos? Y ahora se ve a mucha gente vomitando los sábados, y seguro que antes ni siquiera sabían lo que vomitar significaba, porque había que concentrar todas las fuerzas en cambiar el mundo, qué pena que ya no quede nada de eso, pero esto es lo que nos han dado y qué le vamos a hacer nosotros. Si en realidad los jóvenes de aquel entonces están mucho más desengañados que nosotros, porque se han hundido todos en el mismo agujero que trataron de tapar, todos han contribuido a ese hundimiento, unos más y otros menos, han echado barriga y eso parece que no pero produce una gran frustración, y no sé quién dijo que todo cincuentón hoy en día es un fracasado, tenía razón, pero no sólo lo son los cincuentones, lo somos todos porque nuestra es toda la basura que se ve por las calles, es nuestra creación; hemos puesto nuestro granito de arena y ahora es imposible ya revelarse. Alto soy de mirar a las palmeras decía Miguel Hernández, hay pimentón tendido en la ladera y es verdad, la gente en el campo tiene el alma derecha. Sería maravilloso que el mundo entero fuese una aldea donde todos se conociesen, las ideas se respetasen y uno pudiera salir en chándal a la calle sin que te mirasen por encima del hombro, la música se escuchase bajo, se cultivase la huerta y se pasease por el campo. Un pueblo donde se viesen las estrellas y la gente anduviese en madreñas sin que nada importase a nadie, cada uno viviese su vida, y no se pudiese ocultar “la criatura mala, y menos las malas intenciones”.

Mire usted que España está seca, y su sequía le va muy bien, le pega mucho a sus toros, a su sangre sobre la arena, a su GAL y a su ETA, a su Amedo y a su Galindo, a la cal de su Estado. Estas cosas no pasan en los países del Norte de Europa. Allí se llevarían las manos a la cabeza si su policía asesinara a dos hombres y echase cal sobre sus cuerpos, pero se las llevarían con sinceridad, no como en esta tierra donde todo es hipocresía, donde los que toda la vida estuvieron de acuerdo con el Estado asesino, ahora se escandalizan en falso, dios mío, qué bajeza la nuestra que todo esto nos entra por un oído y nos sale por otro y seguimos sentados cuando habría que levantarse y dedicarse en cuerpo y alma a empezar de nuevo el mundo, para que después se volviese a torcer, pero al menos lo habríamos intentado.

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