Los dueños de Asturias

Hace aproximadamente cien años, y en medio de las intensas transformaciones urbanas y territoriales producidas por la Revolución Industrial, un conjunto de personas imaginó una ciudad utópica en cuya planificación, su uso y su disfrute participase el conjunto de la ciudadanía. En esa línea se inscribe el pensamiento de urbanistas como Howard, Geddes o Mumford, que inauguraron una fecunda tradición crítica que recientemente ha desembocado en la Ecología Urbana. Propuestas como la ciudad-jardín, consideraciones acerca del vínculo entre el Urbanismo y las ciencias sociales o apuntes hacia el uso posible de las energías renovables se enmarcaban en una profunda preocupación por las condiciones de vida, vivienda e higiene de la clase trabajadora industrial.

Mucho parecen haber cambiado las cosas, un siglo más tarde, en las ciudades postmodernas del presente. Acaso su fulgurante prosperidad se pone de relieve, más que en ningún otro lugar de Asturias, en el edificio que hoy ocupa la parcela de Buenavista en Oviedo, telón de fondo de la fotografía en la que posa su autor, el arquitecto Santiago Calatrava. Aunque el estilo del edificio y su relación con el entorno hoy sonrojan a muchas personas, en su momento gozó de los parabienes intelectuales de la Universidad y del Colegio de Arquitectos, que en su momento aplaudieron a don Santiago cuando éste ironizaba sobre el “dudoso gusto arquitectónico” de las torres de Buenavista que circundan el inmueble.
Junto con el edificio de Buenavista, el arquitecto trató de dejar su sello en otra importante parcela de la ciudad de Oviedo, el solar de Jovellanos, situado a la entrada de la autopista a Gijón y Avilés. La propuesta arquitectónica, tres rascacielos de 39 plantas por cuyo proyecto el despacho de Calatrava se embolsa 250 millones de pesetas, despierta una desconocida e inesperada protesta popular; la Unesco, por su parte, se pronuncia contra las torres —por ubicarse en el entorno inmediato de monumentos como la Catedral, la fuente de Foncalada y la Iglesia de San Julián de los Prados— y alerta contra una concepción de la modernidad urbana basada en las grandes obras arquitectónicas y en la homogeneización de los espacios. En esas circunstancias, y a pesar de contar con un informe jurídico —de dudosa solvencia— procedente del despacho de Raúl Bocanegra, el Ayuntamiento de Oviedo da marcha atrás a la recalificación de la parcela.

El elemento común a ambas operaciones inmobiliarias —una exitosa y otra fallida— no es sólo el arquitecto Santiago Calatrava. De José Cosmen, a la izquierda en la fotografía, acaso pueda decirse que es el empresario más audaz e influyente de la región. A la propiedad de Alsa —concesionaria de la mayor parte de líneas regulares en Asturias, líder nacional y con una creciente implantación multinacional— se une su participación en AC Hotels, además de otras muchas y diversas actividades empresariales. En el año 1999, el Grupo Cosmen, junto con el Grupo Lago —fundado por Alberto Lago, a la derecha en la fotografía, y socio de Sánchez y Lago, S.A., contratista de numerosas obras de infraestructuras en Asturias—, funda la sociedad Jovellanos XXI. A dicha sociedad, que presenta un proyecto de Calatrava para la parcela de Buenavista poco después de que el Alcalde Gabino de Lorenzo (también presente en la fotografía delante del flamante edificio) declarase “haber soñado” con que la ciudad dispusiera de alguna obra del arquitecto valenciano. Tras un primer concurso, desierto, de adjudicación de la obra del Palacio de Congresos, el Ayuntamiento convoca otro en condiciones más ventajosas al que sólo se presenta la citada sociedad. En premio por su elevado sentido cívico al acometer tan magna obra, el Consistorio no escatima recompensas: a Jovellanos XXI se le cede gratis la parcela de Buenavista, de 17.000 metros cuadrados, para que edifique en ella el Palacio de Congresos, a ser gestionado por la sociedad durante medio siglo, y un singular edificio en el que habría de ubicarse un gran centro comercial, un hotel de lujo y 12.000 metros cuadrados de dependencias administrativas del Principado de Asturias, amén de 2100 plazas de aparcamiento subterráneas.

La representatividad de la fotografía sería completa si en ella compareciese el otro gran actor que hizo posible esta operación: Vicente Álvarez Areces. El Gobierno del Principado, plural y de izquierdas, no sólo avaló, a través de la Comisión de Urbanismo y Ordenación del Territorio, esta operación, sino que contribuyó decisivamente a su viabilidad: primero, adquiriendo los 12.000 metros cuadrados de oficinas por un coste de 58 millones de euros y, segundo, introduciendo una cláusula en la moratoria de grandes superficies comerciales en la zona centro que exime a aquellas situadas en “edificios singulares”. Tras la adquisición de las oficinas, varias consejerías que, como la de Cultura o la de Salud, se ubicaban en diversos edificios del centro urbano, han sido trasladadas a un inmueble cuyas condiciones de habitabilidad están siendo objeto de continuas críticas por parte de los trabajadores. La jugada, sin embargo, no estaba completa: para financiar tan generoso desembolso, pagado a un precio superior al del mercado, el Principado, a través de la promotora pública Sedes, plantea construir varias torres de viviendas en tres parcelas de titularidad pública: la del Instituto de San Lázaro y las de las Consejerías de Salud y Bienestar Social de General Elorza, contribuyendo así aún más al macizado y la compactación del centro de la ciudad. Todo ello, obviamente, con la debida recalificación de las parcelas por parte del Ayuntamiento. Favor por favor.

La sostenibilidad de la ciudad, la participación de la ciudadanía en la toma de decisiones, la utilización pública de los espacios o la apertura de parques interiores y cinturones verdes exteriores para el disfrute de la población —propuestas todas ellas que, en su apariencia decimonónica, poseen absoluta actualidad— quedan así sacrificadas en el altar del progreso, el marketing urbano y el culto a una modernidad paleotécnica (Geddes), basada en el hormigón y la uniformidad urbana. Mientras un puñado de familias determina el rumbo de la ordenación del territorio, las realidades situadas en el extremo opuesto, menos amables, quedan sistemáticamente orilladas por las miradas dominantes de la ciudad: la expulsión de los estratos menos pudientes a crecientes distancias del centro, las carencias —no sólo de equipamientos y espacios libres, sino de vida social, de vínculos de cercanía— y homogeneidad de los barrios segregados, meros suburbios-dormitorio en muchas ocasiones.

Pero el problema de la segregación se combina con su opuesto, no menos grave: algunos barrios apartados, convertidos en centrales como consecuencia del crecimiento urbano o de emplazamientos creadores de centralidad, ganan estatus, sus solares suben de precio y el espacio se colmata con usos residenciales, resultando así una trama urbana abigarrada, mal concebida y carente de planificación de conjunto. Es lo que está ocurriendo en Oviedo con el nuevo emplazamiento del Hospital Central (HUCA): sus aledaños proporcionan una excelente oportunidad para hacer negocios. Baste como prueba el traslado de Invasa —concesionario de la empresa SEAT en la que la familia Cosmen también está presente de manera mayoritaria— de su emplazamiento en La Corredoria al Polígono del Espíritu Santo, dejando libre una parcela sobre la que una reciente modificación del Plan General de Ordenación Urbana proyecta edificar 313 viviendas; o el soterramiento de parte de la subestación eléctrica de La Corredoria, sobre cuyos actuales terrenos HC Energía pretende construir tres edificios de 25 metros de altura. Una empresa esta última que, por cierto, ya ha recibido otra importante dádiva del Consistorio con la recalificación de la parcela situada entre las calles Postigo y Paraíso, ocupada por la antigua Fábrica de Gas. HC proyecta edificar allí 95 viviendas de lujo que, además de atentar contra uno de los más importantes elementos de patrimonio industrial de la región, contribuirá a compactar aún más el Oviedo Antiguo.

Oviedo resulta así una metáfora, un paradigma del modelo de urbanismo practicado en Asturias y, por extensión en el conjunto del Estado. Un modelo basado en el culto a las obras arquitectónicas supuestamente singulares, al progreso, a la extensión del espacio edificado y al desprecio de lo rural (la “Asturias en blanco y negro” de Alberto Mortera, concejal de Urbanismo), en la venta de la ciudad y en la apuesta por atraer turistas, congresistas e inversores; un modelo influido decisivamente por los intereses de las grandes familias asturianas, intereses, en muchas ocasiones, de naturaleza puramente especulativa. Howard y Geddes reclamaban hace aproximadamente un siglo espacios de baja densidad edificatoria, viviendas con jardín y espacios libres públicos en los que ejercer el juego y el deporte, propuestas todas ellas que, según alertaban ya en aquel momento, resultaban incompatibles con los elevados precios del suelo alentados por la especulación inmobiliaria. Hoy quizás dichas propuestas están más lejos de cumplirse que entonces, porque los usos industriales, ferroviarios, agrarios del suelo han dado paso al imperio del asfalto, del ladrillo y del hormigón, han sido ocupados por usos en su inmensa mayoría residenciales, muy compactos y difícilmente transformables. El modelo urbanístico nos lega un espacio uniforme y, rotos sus vínculos con el pasado, carente de originalidad. Reivindicar los usos democráticos del espacio y, en última instancia, el derecho a la ciudad (Lefebvre) de toda la población puede constituir la vía para romper con una subordinación de lo público a los intereses privados que acaso hoy sea más intensa y silenciosa que nunca.

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