El derecho a la ciudad

Dos ciudades bien distintas, Oviedo y Bilbao, y una misma preocupación, las políticas de remodelación urbana hechas al servicio de los intereses privados, han motivado los libros “Oviedo, detrás de la fachada” y “Bilbao y su doble”, de los que Miguel Moro (Oviedo, 1979) y Garikoitz Gamarra (Bilbao, 1974) son co-autores. Las explicaciones de ambos se complementan con las fotografías de María Arce, en el caso de Oviedo, y de Andeka Larrea, en el de Bilbao. Con ellos dialogamos sobre urbanismo, especulación y resistencias. Entrevista de Diego Díaz

¿Cómo surgen vuestros respectivos libros, “Bilbao y su doble”, y “Oviedo detrás de la fachada”?

Garikoitz Gamarra: Mientras realizaba mi tesis doctoral sobre Walter Benjamin y la estética urbana comenzé a interesarme por el tema de la ciudad. Luego quise concretar en mi ciudad, Bilbao, aquellas reflexiones filosóficas de mi investigaxción, tratando de problematizar los cambios y transformaciones que se estaban produciendo en el “Nuevo Bilbao”. Es decir, pensar el “Nuevo Bilbao” como problema filosófico. Por otro lado mi colaboración junto a Andeka Larrea, co-autor del libro, en el programa de crítica urbana “Birli Birloke”, supuso el empujón definitivo para hacer el libro. Como decimos en una de las primeras líneas “La ciudad está de moda”, y el propio libro es una prueba de ello, para mi también la ciudad es un fetiche de deseo.

Miguel Moro: En el caso de “Oviedo detrás de la fachada”, el proyecto arranca de la militancia en un colectivo social, Cambalache, radicado en la misma ciudad que estudiamos. El libro surge con una intención claramente política, intervenir en el debate urbano de una ciudad que lleva dos décadas de permanente transformación. Como el libro de Gary y Andeka, también el nuestro se articula con un doble lenguaje, foto y texto, formando un libro doble que trata de traducir en dos lenguajes diferentes una misma realidad y reflexión.

G: En nuestro caso, donde no hay una militancia política específica, la idea era que el texto aportase la crítica y la fotografía se encargase de lo apologético.

M: Creo que en los dos libros hay la idea de tratar de sacar a la superficie y de hacer aflorar lo que qu es visible, lo no vendible por el “marketing urbano”. Rescatar lo oculto, las clases sociales expulsadas del centro de la ciudad, los inmuebles históricos destruidos por la especulación urbanística. El urbanismo es hoy en día una actividad mistificadora, trata de mostrarnos como de interés general, aquello que sólo responde al interés privado por aumentar la capitalización del suelo. Pues bien, nosotros tratamos de dar la vuelta a esa imagen.

¿Qué pueden aportar vuestros libros al trabajo de los movimientos sociales que luchan por otro modelo de ciudad?

G: En el caso de Bilbao el PNV desde el poder y los medios de comunicación ha proyectado a todo el planeta la venta de esa mercancia-ciudad que poco tiene que ver con ese otro Bilbao concreto y cotidiano de los barrios, que no es un objeto de deseo para nadie. Era necesario contribuir a crear una mirada crítica, paradójicamente inexistente hasta ahora e una ciudad tan rica en movimientos, a esa “ciudad espectáculo” que se ha desplegado en los últimos años sin apenas oposición social.

M: En Oviedo no tenemos esa tradición tan fuerte de de lucha de Bilbao, pero nuestra idea era parecida, contraponer el Oviedo gris de los barrios y las periferias al Oviedo luminoso del marketing urbano, de los centros comerciales, los pisos de lujos, y las grandes obras urbanísticas. Dar la vuelta a esa imagen criticando la deshumanización y vacuidad de los nuevos espacios tan pomposamente vendidos y denunciar el proceso de elitización social y expulsión de la población con menos recursos, primero del centro, pero ahora también de barrios hasta hace poco populares.

G: Desde la crisis económica de mediados de los años 70 el modelo urbano Occidental se ha dedicado a estetizar las ciudades. Los bilbainos se han terminado convirtiendo en una suerte de turistas en sus propia ciudad. Por su parte los poderes públicos se convierten en unos animadores de la especulación inmobiliaria.

Pero también hay una realidad en lo de “turista en tu propia ciudad”. Antes los habitantes de los barrios solían decir eso de “subir” o “bajar” a la ciudad, una expresión que denota lejanía con respecto al centro urbano, casi más como si fuesen habitantes de un pueblo cercano que vecinos de su propia ciudad. Hoy esos vecinos se sientes más ciudadanos y gozan más del centro urbano que antes.

G: La ciudad es ahora un gran bazar, un inmenso centro comercial, y lo que han pasado a ser los ciudadanos es consumidores, espectadores, pero no participantes.

M: El espacio se capitaliza para usos de consumo. Todo en la ciudad se mercantiliza en detrimento de los espacios públicos y de sociabilidad.

G: El urbanismo tradicional quería urbanizar todo lo posible el espacio para matar la espontaneidad, lo que de rural pervivía aún en las ciudades, los descampados, las ruinas, ahora la idea es que todo sean lugares de consumo de imágenes o de mercancías.

¿No corremos el riesgo con esta crítica demoledora del presente de estar haciendo, aún sin quererlo, una idealización del pasado?

M: Tenemos que recordar que la ciudad nunca ha sido la expresión de la sociabilidad. En Oviedo y en otros muchos lugares hay una continuidad en el aprovechamiento de la ciudad para las clases dominantes en detrimento de las clases populares condenadas al hacinamiento. Es cierto que en los últimos años ha habido también prácticas saludables como la peatonalización y la recuperación de los cascos históricos, aunque muy criticables en el modo en que se han hecho, con grandes destrucciones de patrimonio histórico, o sustituciones de población de bajos ingresos por clases medias altas y altas.

G: Cualquier libro parte de un cierto conservadurismo, de cierta añoranza del pasado, de algo que se está perdiendo. No creo que sea del todo malo, si no caemos en la tentación de una imposible vuelta atrás. Tenemos que pensar qué es eso que estamos perdiendo y por qué lo estamos perdiendo. Pero en un libro crítico no tenemos por qué plantear soluciones a todos los problemas.

Yo por el contrario creo que desde los movimientos sí tenemos que tratar de ofrecer alternativas a la sociedad si no queremos quedarnos en una crítica aguda pero absolutamente impotente de transformar una realidad que nos disgusta.

G: Si hay que ofrecer alternativas propondría en todo caso ideas muy generales. Frente a la modernidad siempre con proyectos tan cerrados, propongo más libertad…Los niños son felices en los descampados, donde no existe un espacio cerrado, y ellos pueden jugar constantemente a significarlo y resignificarlo. Sería partidario de dejar espacios sin urbanizar, olvidar la figura del urbanismo demiurgo.

M: Hay que tener prudencia con respecto a esa soberbia de los urbanistas. ¿Por qué hay que ocupar los intersticios de la ciudad, como siempre insisten los Planes Generales de Ordenación Urbana? ¿Por qué toda la ciudad ha de ser un continuum de hormigón?

G: Ni siquiera creo que sea deseable una ciudad que sea un continuum de parques. La izquierda debería evitar ese modelo tan controlado y controlador de Le Corbusier.

M: Debemos reivindicar espacios ambivalentes donde se combinen por ejemplo los usos residenciales, agrícolas (todas esas huertas que existían hasta hace poco en las ciudades) e incluso los industriales no contaminantes. Hay que cambiar radicalmente las prioridades del urbanismo. Tratar de minimizar por ejemplo los movimientos, para reducir el tráfico, la contaminación y evitar que la gente desperdie tantas horas de sus vidas en desplazamientos a trabajar, estudiar o comprar.

G: Términos como lo “cutre” esconden un gran discurso ideológico y un gran consenso, que va de izquierda a derecha. Todo el mundo coincide en que las huertas en las ciudades son algo feo y el Guggenheim algo bonito.

¿En qué ha influido la crisis del movimiento vecinal en el desarrollo de estas políticas urbanísticas ultraliberales?

M: El movimiento vecinal llega al final del franquismo con una fuerza innegable. Consigue grandes beneficios para los barrios pero pronto renuncia a un proyecto político más ambicioso. Con el “señuelo” de parques y equipamientos, uno de los movimientos sociales clave de la transición renuncia a “la mayor”, al “derecho a la ciudad”, como diría Henri Lefebvre, uno de los pensadores más interesantes sobre la ciudad.

G: Algunos movimientos vecinales lograron en todo caso superar las miras más bajas de la mayoría. Pienso por ejemplo en la gente del barrio bilbaino de Recalde. Allí durante la transición la asociación de vecinos logró impulsar una universidad popular.

M: En las últimas décadas los movimientos vecinales han perdido la lucha por mantener la titularidad pública de unos servicios que han sido masivamente privatizados en casi todas las ciudades.

G: En Bilbao el gobierno vasco subcontrata a una empresa privada el nuevo metro. Vivimos en una suerte de “despotismo ilustrado” en el que las autoridades “regalan” a la ciudadanía servicios que nadie había reclamado.

El movimiento vecinal se basaba en un tipo de vecina o vecino que vivía y se socializaba en su barrio mucho más de lo que nosotros podemos hacerlo hoy en día. 

G: Sí, pero también en una concepción más “aldeana” y menos interesada en la ciudad como problema global. Si en la actualidad proliferan libros como los nuestros es precisamente porque cada vez somos menos habitantes del barrio y más habitantes de la ciudad. El exceso de centralidad en los problemas del barrio nos puede hacer perder la globalidad de la ciudad. No creo que haya que ser nostálgico de las viejas formas de lucha, serlo puede llevarnos a repetir los mismos errores del pasado.

Parece como si ahora quienes tuvieran en exclusiva la capacidad de seducir a la ciudadanía fuesen los poderosos. Cada vez que un alcalde presenta a los vecinos un nuevo proyecto “faraonico” genera en la población unas ilusiones que hace tiempo que desde la izquierda, encerrados en nuestra resistencia numantina, no logramos producir.

G: El utopismo de derechas…

M: No creo que desde la izquierda debamos tratar de jugar al mismo juego que ellos. A tratar de presentar de proyectos más seductores, a ver si así logramos ganarles en la partida en su propio terreno. Tal vez eso pueda dar réditos a corto plazo, pero perdiendo de vista el proyecto más general.

G: La historia de la ciudad no es sólo la historia de la apropiación del espacio por las clases dominantes, sino también de la reapropiación por los de abajo. El punk es en cierta medida eso, la reapropiación de la imagen de la ciudad sucia de la crisis industrial. En Oviedo ahora tenéis la posibilidad de reapropiarios de un espacio tan interesante como es la vieja Fábrica de Armas de La Vega.

M: Debemos ser optimistas. Tal vez en el futuro podamos reconquistar y resignificar para el uso público y la sociabilidad espacios que hoy son patrimonio del capital.

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